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Hace un mes, los estadounidenses se enfrentaron a uno de los síntomas económicos que más les preocupa: el precio de los combustibles empezó a subir. Pero esta vez no era un conflicto con los países productores de petróleo. Las largas colas en las estaciones de servicio y la suba en el precio del galón se debían a un ataque informático.
El 7 de mayo, una distribuidora de combustible llamada Colonial Pipeline, que abastece al 45% del Este de Estados Unidos, sufrió un tipo de ataque informático que está en alza en el mundo y que, queda claro, tiene además la capacidad de afectar la infraestructura básica. Se lo denomina genéricamente ransomware, y en mayo de 2017 hubo una crisis global por un incidente de esta clase, cuando el WannaCry infectó unas 200.000 computadoras en 150 países y causó pérdidas por cientos de millones de dólares.
Ahora, aunque también se perdió dinero, la crisis trascendió la billetera; los delincuentes habían conseguido afectar el suministro de un insumo vital para el funcionamiento de una nación industrializada. Colonial no solo provee combustible para los vehículos, sino también para la calefacción y para la maquinaria militar estadounidense. El grupo que atacó a la distribuidora se hace llamar DarkSide y la compañía no reveló cuál fue el mecanismo que los delincuentes usaron para infectar sus sistemas. Ingeniería social, casi seguramente. Bienvenidos al siglo XXI.
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